En la vida de un médico se esconden miles de anécdotas y curiosidades que sobrepasan los límites de un consultorio. Desde la operación a sí mismo que ejecutó Leoniv Rogozov hasta el simpático fanatismo de Luis Federico Leloir por Carlitos Balá. En esta nota, naveguemos por algunos datos de color en las admirables carreras de muchos de quienes son hoy nuestros referentes y otros que han quedado “en la historia”, pero que merecen ser traídos de vuelta al presente.
por Estefanía Lestanquet
Indudablemente, la historia de Ignaz Semmelweis, en relación a su descubrimiento en pos de la cura de la fiebre puerperal, es uno de los relatos que más nos ha sorprendido. El médico húngaro llegó a la conclusión de que la clave para disminuir los casos fatales de dicha enfermedad era, nada más ni nada menos, que una buena higienización por parte de los facultativos. Lo curioso fue que para llegar a esta hipótesis tuvo que afrontar la muerte de un colega; Kolletschka fallece debido a una infección por un corte profundo en el dedo que le provocó un alumno al momento de enseñarle cómo realizar una autopsia. Al notar que ambas infecciones tenían los mismos síntomas, Semmelweis obligó a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una solución de cal clorurada antes de tratar con un paciente, lo que hizo que la enfermedad se reduzca en un 70 por ciento y que esta práctica se lleve a cabo mundialmente como una de las máximas cotidianas.
Otra de las historias más alocadas en el mundo médico tiene como protagonista al autodidacta Leoniv Rogozov, quién pasará a la posteridad como “el médico que se operó a sí mismo”. En 1960, Rogozov se unió a una expedición rusa en la Antártida. Fue allí donde comenzó a sentir fuertes dolores en el abdomen y se autodiagnosticó peritonitis. Debido a su condición de único médico en la tripulación, decidió intervenir en su propio cuerpo, contando sólo con la ayuda de un ingeniero y un meteorólogo que le iban pasando el instrumental y le sujetaban el espejo para que pudiera verse el abdomen. Con una solución de novocaína, que le dio uso anestésico, se practicó una incisión de 12 centímetros y se extirpó el apéndice. La operación duró una hora y cuarenta y cinco minutos y fue todo un éxito. Los casos de “auto-cirugía”, o cualquier procedimiento quirúrgico practicados en uno mismo, son tildados por la psiquiatría como la manifestación de un severo desorden psicológico. La única excepción es cuando la persona se encuentra en extremas circunstancias, por lo que Leoniv Rogozov gozó de una impunidad y de una extraña popularidad.
Sorprende saber que los primeros seres vivos que le quitaron el sueño al gran René Favaloro no son los que imaginamos. El entrañable cirujano platense tuvo su primer atracción en la naturaleza, más precisamente en la botánica. Cuando Favaloro era apenas un estudiante de primaria, su abuela materna lo esperaba en su casa cada día a la salida del colegio. En este ritual le contagiaba su amor y dedicación hacía las plantas que la señora poseía en el jardín del hogar. Ella le transmitió a René la fascinación por la tierra y se emocionaba cada vez que su pequeño nieto se maravillaba ante la germinación de una semilla. Es por esto que, luego de mucho tiempo, él le dedicaría su tesis: “A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca”.
La argentina Cecilia Grierson, no sólo se destacó por ser la primera médica del país. Sino que también será recordada por sus labores a favor del feminismo, trabajo que realizó en un contexto no del todo favorable para las almas revolucionarias: principios del siglo XX. A los 35 años, Grierson se había inscripto en un concurso para ser profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para parteras, el cargo le fue negado por su condición de mujer. Tras este episodio, la médica comenzó su lucha por los derechos de las mujeres, lo hizo desde la tribuna socialista y llegó a presidir al Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina en el año 1910. Además, Cecilia tuvo tiempo para darle un poco de su pasión al arte provocando aún más “revolución” siendo pintora y escultora en sus ratos libres.
Luis Federico Leloir y Bernardo Houssay se conocieron en el año 1933 cuando, previa recomendación del doctor Bonorino Udaondo, quién sería Premio Nobel de Medicina en 1947, decidió dirigir la tesis de quién muchos años después poseería el mismo galardón pero en el área de la química. Mucho se habló del mal carácter y lo complicado que era tener como profesor al mismísimo Houssay, para Leloir no fue así. A pesar de no haber sido de lo mejor en anatomía, ¡tuvo que rendirla cuatro veces! El entonces joven estudiante, Luis Federico, completó su trabajo en tiempo record y se ganó un premio por ello, enorgulleciendo al maestro. Las curiosidades en la vida de Leloir no terminan en la química, el hombre también tenía facultades para la gastronomía. Cuentan allegados que una noche en la ciudad de Mar del Plata, el médico unió la cantidad perfecta de mayonesa y Ketchup e inventó la Salsa Golf, con el fin de hacer aún más delicioso un suntuoso plato de camarones. Pero lo más extraño lo dejamos para lo último: ¿cuál era el tesoro más preciado de Leloir en su juventud? Una foto autografiada de Carlitos Balá.